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Reseñas

Por Javier Santos.

Uno de estos viernes en los que lo mejor que puedes hacer por la tarde es unirte con la gente de Jugamos Tod@s para hacer un poco el ganso, tenía una cita importante.  Iba a probar, por primera vez, uno de esos juegos que les tienes ganas, porque a pesar de no haber jugado nunca, tienen una pinta más que estupenda, y además, está en el top-ten, y es bonito, y es un clásico (joven, pero clásico), y además es de Wolfgang Kramer (con Richard Ulrich)… Vamos, que iba a estrenarme como Príncipe de Florencia, y eso me tenía de lo más contento.

Pero claro, cuando tienes por delante tropecientos juegos, no es plan de jugar sólo a uno, y así, mientras esperábamos a la llegada de uno de los jugadores obligados para el Príncipes de Florencia, nos dio tiempo a probar nada menos que cuatro juegos más.

 

Empezamos con Mmm… Brains!  Es uno de los últimos juegos de Knizia, y que, para ser breves, se puede describir como un Pickomino simplificado y “gorificado”.  No, no glorificado, que de glorioso tiene poco, sino “gorificado” (de gore), porque la temática del juego es conseguir unos monísimos cerebritos de colores, de esos que dan realmente ganas de chupetear cual golosina.  Realmente el aspecto de los cerebritos es lo único destacable del juego, que es bastante simple y falto de emoción.  Sin duda su versión con gusanos, el Pickomino, es mucho más divertido, y está más trabajado.  Aquí, ni siquiera tirar dados produce excesiva emoción.  Debo decir que una vez que he visto el precio del juego, me he llevado un auténtico susto.  Sonará pesado, pero yo recomendaría, muy mucho, el Pickomino si estáis pensando en un juego de este estilo.

 

Después de la decepción (en fin, de Knizia siempre se espera algo más, ¿no?), tocó el turno a un juego de habilidad, de esos que a mi siempre me parece que no me van a gustar mucho, pero que al final me ponen de los nervios y me emociono.  Se trataba de Thrill!, diseñado por el equipo KRAG (Wolfgang Kramer, Jürgen P. Grunau  & Hans Raggan), una versión casera de esa mítica maquinita de la feria en la que echabas una moneda, y con suerte, más bien milagro, podía arrastrar a otra monedas, que ganabas.  En este juego, tenemos tres tipos de fichas (que hacen el papel de las monedas), y por medio de una subasta estaremos obligados a poner una de las piezas y empujar la bandeja, de modo que pueden caer otras piezas (que al contrario que en la feria, aquí no queremos que suceda).  Los jugadores apostarán si caerá alguna o no, y en el ambiente se mascará la tensión a la hora de empujar la bandeja, ayudándonos en ocasiones de un peso que evita que las piezas se muevan… demasiado.  Como suele ocurrir con los juegos de habilidad, los jugadores se pasan el rato de pie, observando el juego a vista de pájaro, y sacando todos esos conocimientos de geometría y física que llevan dentro, y que sin duda, ilusos ellos, les permitirán hacer una jugada maestra sin que caiga ni una sola pieza…  El juego es antiguo (de 1996), pero cuanto menos, es curioso, y entra dentro de la categoría de los “muy familiares”, es decir, juegos que le podrías regalar a cualquier niño y los padres no te mirarían raro.  Un acierto del señor KramerWolfgang 1, Reiner 0.

 

La tarde sigue, y todavía no es el turno de irse a Florencia, así que sacamos una baraja de cartas con dibujos de niños, niñas, abuelas y abuelos, y adultos, armados de las formas más escalofriantes.  En plan de guasa, eso sí.  Se trata de Escalation, otro juego de Knizia.  Para mi desgracia, si los cerebritos me decepcionaron, Escalation me ha parecido uno de los juegos menos imaginativos que he visto en mi vida.  Estoy seguro de que el juego en sí existe desde hace siglos entre los jugadores de cartas, porque la idea es simple a más no poder.  Simplemente, hay que soltar una carta más alta que la que hayan soltado justo antes, o varias cartas iguales que sumen más.  Si no puedes, te llevas las cartas acumuladas.  Realmente no recuerdo si gana quien acumule menos cartas, o cartas con la puntuación más baja, pero, ¿qué mas da?  Un juego totalmente prescindible, y del que a mi no me hacen gracia ni siquiera los dibujos, que son supuestamente graciosos.

 

Por suerte, con Karibik, de Jens-Peter Schliemann & Michail Antonow, íbamos a salir del estado de conmoción.  Este juego me encanta.  Tiene un punto impredecible encantador, y visualmente es bastante espectacular.  Para quien no lo conozca, se trata de manejar una serie de barquitos bastante majos sobre el tablero, que representa varios puertos caribeños cargados de tesoros.  La idea es que los tesoros acaben en tus escondites (algunas de las casillas del tablero), no importa como.  Es decir, puedes llegar con un barco al puerto donde está el tesoro, y luego llegar a tu escondite, pero también puedes robarle a otro barco el tesoro y llevarlo a tu refugio.  Y es que los barcos no son de nadie, sino que se venden al mejor postor.  De forma oculta, decidiremos cuantas casillas queremos mover cada uno de los barcos, y quien mueva más, será el que efectivamente lo haga.  Lógicamente, las fichas de movimiento son las mismas para todos, e imposibilitan que nadie pueda mover todos los barcos.  El juego destila faroleo, psicología, y premia al más espabilado.  A veces, las fichas más potentes empatan y no valen para nada, y alguien con una ficha de movimiento mucho más baja, se lleva el gato al agua, perdón, el tesoro a su guarida.  Total, que tenemos un juego muy divertido, y con un cierto toque de caos de lo más simpático.  La partida además estuvo muy igualada, y en el último momento varios estábamos a punto de llegar a la victoria.  Al final, el más listo, se la llevó.

 

Y llegó el momento.  Después del calentamiento con estos juegos, tocaba el turno del peso pesado, un auténtico juego de campeones. Príncipes de Florencia, de Wolfgang Kramer & Richard Ulrich, pertenece a la celebradísima serie de Alea, y como es esperable, su presencia es magnífica.  La caja es una chulada, y los componentes son totalmente funcionales y muy elegantes.  Muy bonito.  Por poner un par de pegas, los dibujos de las monedas estaban ciertamente descentrados, y hay una preponderancia de los marrones que puede llegar a cansar al que no sea muy amante de esos tonos, pero vamos… que es por ponerse un poquito puñetero.  La partida iba a ser a cuatro jugadores, y los dos novatos recibimos un cursillo intensivo de florecimiento de palacios, contratación de personal de entretenimiento y construcción, e instauración de libertades.  Las reglas del juego apabullan ligeramente la primera vez que las escuchas, pero realmente el juego fluye mucho más fácilmente de lo que creeríamos.  Estamos ante un juego de planificación a medio-largo plazo, con multitud de posibilidades, y cuya mecánica es una combinación de fase de subastas con fase de acciones individuales por parte de los jugadores (parecido a muchos otros juegos posteriores).  Las subastas, como siempre suele ocurrir, tienen cierto punto de tensión, aunque en este caso, posiblemente debido a que estábamos dos no iniciados, la cosa no llegó a sus límites.  ¡Es muy difícil saber que quieres comprar, y cuando, ante tanta posibilidad!  Aún así, hubo alguna pujas por bufones que llegaron realmente muy alto, tanto que llegaba uno a preguntarse si había merecido la pena.  Estar limitado a conseguir un solo elemento por turno, y saber que una vez subastado un tipo de elemento ya no podrá subastarse otra vez, hace que las decisiones de pujar o no sean bastante complejas.  Y la escasez de dinero también, porque en el juego estás siempre en las últimas…

En la fase de acciones es donde nos movemos más o menos por libre, aunque hay que echarle un vistazo a los tableros de los demás jugadores para optimizar la situación.  Y es que si en la subasta hay que pensarlo, en la fase de acciones tenemos un buen montón de cosas que querremos hacer, sin poder, claro.  La evolución de la partida fue una muestra de lo que puede dar de sí el juego (entendiendo que era mi primera partida, ojo), y es que cada uno de los jugadores seguimos estrategias diferentes, y el resultado final fue realmente apretado.  Si no recuerdo mal, el primero, segundo y tercero se sacaban un punto el uno al otro.  Lo que, a mi modo de ver, demuestra que el juego está más que equilibrado, y que no hay una clara estrategia ganadora.  Un juego denso, precioso de ver, elegante… Una obra maestra.
 

La tarde se acaba, y el sabor de boca no puede ser mejor.  La próxima vez, más y mejor.  Wofgang 2, Reiner 0.

 

Por Javier Santos.

 


Príncipes de Florencia, el juego de Wolfgang Kramer & Richard Ulrich, ha sido publicado recientemente en castellano por Excalibur. Pero la edición comentada en este artículo es la original de Alea en su versión en inglés de Rio Grande.


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