221 a.C. Con la derrota del reino de Qi, los llamados Estados Combatientes (en chino, Zhanguo) se unifican de la mano de Ying Zhen, rey de Qin, “todo bajo el cielo”. Este es el nacimiento del vasto imperio chino, del que el rey de Qin se autoproclamó emperador, eligiendo para sí mismo el nombre de Qin Shi Huangdi (literalmente, “primer emperador de la dinastía Qin”).
Un estratega hábil y decidido, pero también un gobernante astuto, el primer emperador no desperdicia el tiempo y después de haber unificado militarmente su imperio, emprende acciones encaminadas a estandarizar todos los elementos básicos de la sociedad y la cultura chinas. En primer lugar, impone un sistema de escritura único, para eliminar cualquier diferencia lingüística y dialectal entre las distintas regiones de China y permitir una comunicación clara entre todos los habitantes del imperio. Introduce una moneda única, para favorecer el desarrollo del comercio. Finalmente, establece un nuevo sistema de leyes iguales para todos, con el que unifica, entre otras cosas, las unidades de pesos y medidas.
También construye palacios, canales y caminos; deroga el régimen feudal e instala gobernadores locales para evitar el caos político. Sobre todo, inicia las obras para la construcción de la mayor edificación de la historia de la humanidad: la Gran Muralla. Una sola vida no puede ser suficiente para un imperio tan vasto y para un hombre tan ambicioso que se siente dueño del tiempo y del espacio; por ello el emperador envía barcos a tierras lejanas en busca del legendario elixir de la vida.
Mientras tanto, pragmático, inseguro del descubrimiento de la poción milagrosa, construye un enorme mausoleo que contiene la reconstrucción a escala de su imperio, con ríos y mares de mercurio. Para defenderlo durante toda la eternidad, despliega bajo tierra un impresionante ejército de terracota…
¡Aquí la historia y las leyendas llegan a su fin y comienza la partida!